Como vimos, las industrias textiles y
siderúrgicas fueron las primeras en desarrollarse. Los ingleses contaban con
abundante algodón proveniente de la India a bajo precio, por lo que
crearon grandes manufacturas textiles que terminaron por desplazar
al lino y a la lana en la confección del atuendo entre los
europeos. Para ello, desde mediados del s. XVIII, contaron con la progresiva
aparición de nuevos inventos que facilitaron una rápida y abundante producción.
Se comenzó con el descubrimiento de la
lanzadera volante, siguieron los diversos tornos de hilar que permitieron a un
obrero trabajar varios husos a la vez, continuaron con el telar mecánico y se
combinaron de tal forma estos diversos inventos que la cantidad de productos
fabricados superó ampliamente la demanda tradicional. Esta situación convirtió
a Inglaterra en un país exportador y en el verdadero taller del mundo en la
primera mitad del s. XIX.
El invento y la aplicación de la máquina a vapor abrió enormes
posibilidades al desarrollo tecnológico que no dejó de progresar durante todo
el s. XIX. A fines del siglo, el alemán Daimler inventó el motor de
combustión interna; entre 1900 y 1914, el automóvil y el avión se
perfeccionaron gracias al motor Diésel. Al mismo tiempo, la
electricidad empezó a utilizarse con fines industriales. Los estudios
científicos, estimulados por los gobiernos en las universidades y financiados
por las empresas, lograron obtener algunas materias con procedimientos químicos
realizados en los laboratorios. Estos nuevos productos, como el caucho y el
salitre sintético, abrieron un campo ilimitado al desarrollo científico y tecnológico
No hay comentarios:
Publicar un comentario